Puertollano: Vida de filósofo (In memoriam Paco Barrios)

Artículo de Opinión de Enrique Buendía

“Vivimos dramáticamente en un mundo que no es dramático” decía por resumir, el filósofo español Georges Santayana. Y así pasa que nos alteran tanto los imprevistos en este río que nos lleva menos que la calma imperturbable que encarecían los estoicos y damos explicaciones provisionales afligidos por circunstancias impredecibles y desgracias irremediables luego de comportarnos igual que cuando conducimos, insultando a los coches transeúntes por soltar la tensión o burlándonos de los que salen en la tele para recuperarnos de su desprecio. Como vives sobresaltado con la política o te desvela algún problema familiar, desaparece la tranquilidad, “la cosa más bella del mundo”, entre el tedio o la desesperación de una vida sedentaria por la que das gracias al cielo ante el caos. Muertes, enfermedades, epidemias, cambios de gobierno, informaciones catastrofistas que agitan la caña del hombre según las ideas de moda acosando el refugio de creencias indemostrables que van en pos de una paz convulsa en medio de la vorágine. Estos días de atrás ha fallecido, octogenario, Francisco Barrios Vizuete, profesor durante muchos años de Historia de la filosofía en el instituto fray Andrés de Puertollano. Ha sido la persona con la que más he tratado de asuntos académicos, quitando a mi amigo Gabriel, y aun de los políticos pues fue nuestro portavoz de Iniciativa Ciudadana de Puertollano en el ayuntamiento durante una legislatura. Poco diré sobre lo que discutíamos pues las ideas de las que nos ufanamos desaparecen del mapa igual que la moda unas mejor y otras peor, según la edad y el humor con el que se contemplen. En realidad, cambiamos de ideas más que de chaqueta en función de la opinión publicada por lo que las ideas pasadas nos parecen ingenuas o simplemente inútiles por no dar con el rumbo de lo que se nos viene encima. Sólo recordamos de las personas el carácter apasionado con que las defienden y este es el caso, al que propenso a levantar la voz por considerar asunto público lo que sucedía prefiere ante la apatía generalizada el grito al silencio de la modorra institucional que algunos toman por respeto. Aquellos años de reformas ya nos encaminaban al cambio en la Educación y el descarrilamiento subsiguiente quitando importancia en el currículo a lo que la tenía y dándosela al adoctrinamiento. Ni los más avisados podían percibir el orden civil al que nos llevaba el desprecio de la transición, alentando el guerra civilismo o trastocando la separación constitucional de los poderes, cuyos extremos y consecuentes prejuicios justifican hoy ser dirigidos por un fantoche republicano. La hegemonía moral de la izquierda, no discutiré esto con Paco, se llevaba por delante toda la tradición de un sistema escolar que venía a ser con sus posibles mejoras, ¡ay aquellos catedráticos de instituto!, mejor que la deconstrucción que los controles de PISA señalan como deficitarios para alegría de padres y votantes.

En este cambio de orientación pensé jubilarme más allá de la edad prescrita siguiendo el ejemplo de Paco, pero ya había cambiado la norma de dirigirme con razonamientos a los alumnos y los enfrentamientos en clase te hacían dudar de la eficacia de tu trabajo, así que a mitad de curso, cumplido los 60 años lo dejé, cosa que antes  criticaba. Más enjundia tuvo compartir con él un tribunal de oposición donde algún opositor de muchos años de interino no habían dado a entender a Descartes y que fue resuelto a su favor por la mesa, así como otro caso de un excelente opositor que en el tema de la causalidad le dio por definirla por la escuela empirista y no por la continental, y aunque se le había felicitado en el primer ejercicio se le despedía en el segundo, cosas frecuentes de la diversidad de criterio en las doctrinas y de los enseñantes.

En la intimidad de los viajes en coche a Ciudad Real me llenó de consternación el hecho atroz de la minusvalía de un hijo por las prisas de un médico en su alumbramiento para ir a ver un partido de futbol, circunstancia que le fue confiada muchos años después por una de las enfermeras que participaron, pero como le advirtió no lo mantendría para instruir causa administrativa contra el médico en cuestión. Sometidos a la dura prueba de tener que aceptar los hechos irreparables el llamado corporativismo sigue caracterizando nuestra práctica profesional. Algunos dicen que este país es trágico, pero ciertamente lo que no es, es serio, y habría que ver en qué medida con la estima por la verdad que manifiestan nuestros dirigentes actuales creer en el apaño más que en la justicia remediaría nuestros males. Este rasgo en nuestros sistemas de salud o de enseñanza que por conformar la justicia elude la verdad no favorece sino el apaño como vemos consensuado en las altas esferas, así que fuera del perdón impuesto es normal que la conveniencia suplante el juicio político o administrativo, no digamos el moral. Uno de los motivos de mi conversión al cristianismo fue precisamente pensar que sólo Dios es capaz de perdonar al que agrede o mata a un hijo. Y ahora vemos que si se tergiversa la verdad una vez, no tiene fin la tragedia, pues manteniendo pueblos pobres e ignorantes no se busca el conocimiento entre las figuras de cera, que antes caerá la nación que el orgullo de su apuesta. No es un país emasculado, como escribe Agapito Maestre en Libertad Digital, filósofo y paisano nuestro, sino un país trágico, pero no serio.

Contribuye a esto lo que el psicólogo Rob Henderson califica de ideas lujosas defendidas por las clases instruidas, las cuales se permiten -otro lujo no pueden tener- ideas estúpidas mientras en su barrio no se produzca lo que sus opiniones acarrean, tal como reducir los fondos para la policía, el poliamor o la apertura de fronteras. “Una de las grandes paradojas del mundo moderno en Occidente, son precisamente las clases mejor preparadas y de mayor capacidad cognitiva las que sostienen las mayores estupideces. Cuando observó los comienzos de esta tendencia en los años 1940, George Orwell comentó que “hay tonterías que cualquier subnormal es incapaz de sostener; para sostenerlas, hay que ser un intelectual”. (Jordi Évole, Daniel Guzmán y las creencias lujosas Víctor Lenore en Vox populi)

La verdad, sin embargo, es la que nos hace despertar de la estupidez colectiva, querido Paco, y no nos hace más felices, sino más hombres, pues como decía el de Galilea es la que nos hace libres. Hoy urge precisamente quitar esa idea generalizada que algunos se formaron en la transición de que son mejores los partidos que persiguen ideales sociales como repartir la riqueza porque sin crearla tiramos de deuda, y como tal cosa no convence a la mayoría hay que juntarse con la extrema derecha xenófoba y racista, esto es junto a los malvados para mantenerse en el machito que llevan a la ruina un país que no lo reconoce ni la madre que lo parió. Sostenella y no enmendalla, dónde queda aquella pureza de la ultraizquierda que creía en el internacionalismo y ahora defiende un ruin nacionalismo carpetovetónico, fiada la incongruencia a una campaña de esas ideas lujosas que tan bien manejan los comunistas millonarios. Dejan de creer en Dios para creer en cualquier cosa. Nunca un pueblo es tan pobre como la moral de los que reniegan del sentido común cortando las raíces de nuestra civilización y todo lo que se oponga al esfuerzo y al mérito personal, conchabados con traidores para descrédito de la nación, amnistiando la cosecha de sangre del terror o la malversación y la corrupción que contraviene aquello de que nadie esté por encima de la ley, ni el presidente, cabeza hoy del independentismo. De lo contrario es tiranía. La vida del filósofo es predicar la igualdad, la justicia, la verdad… y en la muerte de un compañero proclamar que antes que amigo de Platón se es de la verdad.

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