Las relaciones de un hombre con su ciudad, sin ser pura ficción, son del género fantástico pues basta evocar a personas que ya no están o rincones que desaparecieron para comprobar que pisamos calles inciertas junto a noches iluminadas en la melancolía de las tardes que dejan una vaga decepción amorosa o cuando con los ojos cerrados sentíamos el cielo bajo un fino chirimiri. El vislumbre de momentos únicos en lugares especiales asociados a estados de ánimo me recuerdan cuando sentado en el umbral de una casa de la calle Perfecto Holgado esperando a mi padre para comer oía por la radio el parte: “Son las dos de la tarde en el reloj de la puerta del sol”, mientras imaginaba un gran reloj deslumbrado por el sol del mediodía… Especialmente, en los cambios de estación la serenidad de pronto de una tarde o la luz filtrada de un rincón o el alborozo de una brisa pasajera extasiada el alma en algún lugar insospechado. Así se organiza el recuerdo junto al espacio urbano que va transformando nuestra intimidad insatisfecha. Desde luego, quien no sale de su casa o de su pueblo poco sabe de sí mismo ni de dónde vive, pues toma la rutina del cotilleo como una única realidad, en vez de las sombras de unos por otros con los murmullos que dejan. Luego al crecer, se cambia la edad en la que uno no entra por casa por aquella en la que no se vuelve a salir.
Anterior al tiempo inmemorial de esas etapas corresponde el recuerdo del Paseo entre la fuente y la ermita que es el eje que vertebra nuestro pueblo. Algunos adolescentes lo llamábamos el tontódromo, pero en realidad, era una exposición ambulante de chicas casaderas o no que hasta una hora prudencial sufrían la insistente persecución de los muchachos. Ahora, según mi suegra, más parece un pabellón del IMSERSO. Lo mejor para mí fueron los veladores enfrente de El Coto, el Chinato y el Macías con sus insuperables patatas bravas donde en grupos numerosos tonteábamos con la cerveza y los cigarros en torno a unas mesas que al llegar las noches de verano se convertían en disquisiciones sobre lo divino y lo humano rodeado por el grupo de los iguales y flanqueados de las patatas fritas de churrería cerca de la concha de la Música, más abajo, las quisquillas de El Cartero y a media noche, la visita a por pipas al puesto de Juanito que a altas horas nos entretenía con alguna mala contestación sobre su orientación sexual o nos transmitía su reciente credo evangélico. Era lo propio de un pueblo antes de convertirse en el Manhattan hortera de bloques de pisos, donde habían estado grandes pabellones, casetas de feria y hasta una biblioteca de ladrillo a principios del sigo pasado. La transformación que pensaban culmen del diseño ocurrió en tiempos de Ramón, suegro de Paje, cambiando la Concha de la Música y todo lo demás por el expositor de distintas fuentes que demuestra la falta de medida o de memoria de los adornos urbanos. Como en el Bosque con las columnas que invitaban a todo menos a guarecerse bajo su sombra a conversar, fue uno de los proyectos mas caros y perecederos que se ha llevado por delante -cómo si no- al anterior equipo municipal, y puede que por falta de presupuesto amenace al actual. La ciudad es un compromiso entre el pasado y el presente y tal y como se ha llevado a cabo en otras áreas culturales o educativas se planifica para el votante como un hortera de bolera que no conoce su pasado, ni le importan sino las cuentas.
Nunca ha sido este pueblo de aluvión lo que se dice una ciudad. Las iniciativas culturetas que recuerdo eran los esporádicos cinefórums de Conrado Luna, los sainetes del Fray Andrés de Paco Barrios y otros teatros de fin de curso de los Salesianos, o aquella reunión de poesía en torno al premio que patrocinaba Manolo el de la Citroën, cuyas reuniones al acabarse el premio continuaron con la revista Estaribel, según me dicen. Como el AVE que es lo único que civiliza estos entornos, el impulso cultural de los becados de REPSOL del Colegio Mayor “el Negro” se desvanecieron como las praderas de primavera. Cuando los poderes públicos detectaban alguna afición estable trataban de vampirizarla en algún programa electoral que acababa en el olvido o entregando algún fondo a las múltiples asociaciones de poca monta. Nunca creí, sin embargo, que llegáramos a figurar como la ciudad más fea de Ciudad Real según la revista Viajar, pero mirando atrás sin ira, se demolieron edificios como el gran Teatro que coordinaba el cierre del Paseo, donde Ambrosio, el guarda de la porra, ordenaba el tráfico, debido a la dejación del antiguo alcalde socialista Ramón Espinosa que en un viaje a centro Europa alucinó con un centro de actividades múltiples y pretendió trasladarlo al Auditorio tras corregir las dimensiones del escenario, dejando caer este edificio emblemático de una arquitectura provinciana. Lo mismo que se derribó la plaza de toros por ese termitero de apartamentos del Tauro, francamente horroroso, para beneficio económico de algún que otro munícipe condenado en firme, que supo o supieron sacar beneficios de los fondos públicos. Estos y otros casos demuestran el poco criterio de las obras públicas con ventaja para los que disponen las obras y acometen la fealdad homicida del bien común. No puede decirse, sin embargo, que el aspecto del Poblado o de las Trescientas y la plaza de san José, y si me apuran hasta las casas de los mineros de San Antonio, no tienen mejor ver que el centro de transformación de la vorágine constructora y la desidia municipal.
No son pocos los que habiendo salido de Puertollano han demostrado capacidades profesionales, recuerdo algunos cercanos como Delfín Rodríguez, catedrático de estética, el filósofo Agapito Maestre, o el excelente periodista Paco Rosell, director del periódico digital Vox Populi, que no encajarían en el complejo izquierdista que abruma más del tiempo que duró Franco esta localidad. Por cierto, han sido los odiados derechistas tan denostados los que atrajeron el Complejo Industrial, o los fondos Miner o los edificios del Fray Andrés o el Ambulatorio del 1º de Mayo a Puertollano, de los que tanto rebuzna esta herencia social. En lo que soy y fui discrepante es de ese hábito estrafalario de servir de altavoz al enorme destrozo local y nacional que vemos que se nos avecina y que a lo largo de estos años encaminados a alabar sus directrices de las que el propio Page está y no está difiriendo, pues seguramente le costará el cargo en favor de esa lumbrera del capullito de Abenójar, antigua alcaldesa. Allá por los tiempos en que quise intervenir contra la dirección borreguil del municipio común expuse la asamblea como forma de argumentar y compartir lo que a un hombre hace libre, la palabra y las apuestas comunes, antes que sufriera en mí y en mis hijos las predicciones de su incompetencia:
“De diez años a esta parte
y fruto de los derroches
las vacas flacas pastar
el día mudaron noche.
Donde ocasión, no hubo arte
se fue lo mejor que había
quedó el gañan industrial
que sólo del tiempo fía
venga bien o venga mal.
Y sin palabras con alma
para sostener acuerdos
veremos por el paseo
las cabras de ramoneo
pastar como los fantasmas
en los pueblos del Oeste.
Las mujeres como antes
irán pariendo emigrantes
al norte del pueblo este”.
Ya sé que triunfa el esplendor de la mafia en el espacio público y los previsibles trucos del similitruqui de los que quieren vivir a costa de nuestros impuestos amenazando con separarse ante el aplauso de los que habrán de pagar las pensiones de esos ricos con la plusvalía de sus berenjenas, pues señala el mal de fondo de nuestra fealdad moral y urbanística. Antes o después, la mayoría coincidirá al borde del descalabro que la historia que les contaron es rotundamente falsa, como los que llevaban en andas El País y hoy son refugiados en otros medios, de tal modo que los malos de la derecha no eran los peores de la película, según van conociendo. Pero hoy, se me hace duro pensar que aquellas conversaciones interminables con los dirigentes de CCOO y del PCE en los veladores del Paseo, cuando combatíamos a la población que asentía a Franco, no estarían escandalizados de que la ideología progresista consistiera en seguir los mandatos e intereses de otro puto amo…