Por José Belló Aliaga
Con la llegada de la pandemia, el frenesí de la vida urbana se tornó bruscamente en calma y silencio durante largos meses. A nivel individual, se produjo una ruptura del mismo tipo: de pronto, forzados al aislamiento, nos encontramos solos ante nosotros mismos. Se impuso así un paréntesis de reflexión que nos incitó a cuestionar nuestra relación con el tiempo, y más concretamente con el tiempo que nos dedicamos a nosotros mismos.
Seis secciones
Este recorrido nos invita a reflexionar sobre las distintas formas que puede adoptar este «tiempo propio». Presentado en seis secciones, ha sido concebido para ofrecer una verdadera experiencia, desde una visión literal del «tiempo propio», hasta un entendimiento más íntimo, onírico y sensorial. Para ilustrar esta confrontación entre el tiempo aritmético y la percepción subjetiva de la duración, cada sección se introduce a través de obras que adoptan el papel de «testigos del tiempo». Estas obras nos acompañan a lo largo de toda la visita y evolucionan con el recorrido, emancipándose poco a poco de la representación del tiempo medido e impuesto que acompasa nuestras vidas, para explorar el tiempo interior, flexible, fluido y cambiante. Estos guardianes del tiempo ofrecen contrapuntos a las respiraciones amplias y movedizas de las seis secciones.
Las obras proponen un viaje libre y abierto que nos invita a seguir nuestra propia pista. La presentación aspira a dar cuenta de la diversidad y la riqueza de las colecciones del Musée national d’art moderne, instaurando diálogos entre obras de distintas disciplinas y periodos históricos.
Exposición temporal Un tiempo propio. Liberarse de las ataduras de lo cotidiano, en el Centre Pompidou de Málaga. Hasta el 15 de octubre de 2023
Preludio del recorrido
Como preludio del recorrido, la película All My Life (1966) de Bruce Baillie brinda una entrada poética a los relatos que se extienden a lo largo de las seis secciones. Ofrece una mediación en torno al tiempo y al espacio íntimo, el de los sentimientos profundos y el conocimiento interior. En cierto sentido, nos introduce en el jardín secreto del artista. La película se rodó durante el verano de 1966 en Caspar, en la costa norte de California, donde Baillie disfrutó de unos días de vacaciones. Cuando se disponía a volver a San Francisco con una amiga, decidió detenerse repentinamente para captar la magnífica luz que lo había deslumbrado durante su estancia. El rodaje se efectúa en una sola toma: tras una larga panorámica horizontal, la cámara se eleva verticalmente para terminar su viaje en el azul del cielo. La banda sonora, compuesta por una canción de amor interpretada por Ella Fitzgerald, y que da título a la película, acentúa la dimensión introspectiva de la obra. A modo de haiku, All My Life nos invita a pensar el «tiempo propio».
Los testigos del tiempo
Dos concepciones del tiempo se oponen tradicionalmente: la de un tiempo lineal, procedente de la tradición judeocristiana, con un principio y un fin, y la de un tiempo cíclico, ligado a la tradición greco-oriental, sin principio ni fin. Para medir el tiempo, el ser humano ha inventado distintos instrumentos: clepsidras, esferas, calendarios, relojes… Sin embargo, estas visiones aritméticas del tiempo no dan cuenta de la manera con la que comprendemos el tiempo que transcurre o, dicho de otra manera, la sensación de duración. Porque el tiempo interior está ligado a los afectos y a las circunstancias, y depende de nuestra percepción.
Esta tensión entre el tiempo medido y el tiempo íntimo apuntala el recorrido, que se va liberando progresivamente de la alienación inducida por el primero para explorar el segundo, impalpable: el de la plenitud y la subjetividad. Cada sección viene introducida por una obra pensada para ser testigo de esta confrontación.
Las herramientas de medición del tiempo horario claramente identificables (Reloj atómico, 1949 y, (Radio-Reloj Voyager 3), 1999) dejan paso a un reloj al límite de la abstracción (Reloj, 1924), y posteriormente a un instrumento de organización social y cultural universal (Calendario perpetuo, 1960). Las obras que acompañan las dos últimas secciones dan testimonio de una comprensión del tiempo mucho menos literal: física y sensorial (Lámpara Nueva York, 2008), o incluso poética (Jannis Kounellis, sin título, 1969).
Tiempo de ocio
Aunque la infancia suela idealizarse como un periodo de despreocupación, de aventuras y de juegos, el tiempo de los niños, al igual que el de los adultos, está sometido a una organización social que dicta todos los aspectos de nuestras vidas. Así pues, el tiempo al que llamamos «libre» es el que nos queda después de haber cumplido con nuestras obligaciones de aprendizaje, trabajo y productividad. En oposición al tiempo constreñido, medido a través de un número de horas de trabajo impuesto, el tiempo libre, también limitado, es el que la sociedad nos concede para dedicarnos a las actividades de ocio. Estos momentos de distensión y diversión adoptan múltiples formas, de las que las obras aquí presentadas nos dan una idea. Juntarse para bailar, hablar, tomar algo, hacer deporte o pasear son tantas otras ocupaciones que permiten desahogarse, cargar las pilas o crear vínculos sociales. Pero las actividades de ocio, auténtico objeto de culto de nuestra sociedad individualista y capitalista, están sustentadas por lógicas de consumo y sometidas a las modas que determinan y codifican nuestras actividades.
Tiempo de las vacaciones
Momento de relajación y entretenimiento por excelencia, las vacaciones catalizan nuestras expectativas y esperanzas de un tiempo sin imposiciones. Despiertan nuestros deseos y sueños, marcan el ritmo de nuestras vidas y dan forma a nuestros recuerdos. En los países industrializados, la llegada de las vacaciones pagadas dio a multitud de personas la posibilidad de acceder a esta ociosidad reservada hasta entonces a la élite. Así, el turismo fue desarrollándose gradualmente hasta convertirse en una auténtica industria que hizo de las vacaciones un producto de marketing como otro cualquiera. Interesarse por las vacaciones y por sus formas y representaciones, es hacer frente a las ambigüedades de nuestra sociedad. Por lo tanto, aunque las obras de esta sección celebran la belleza de los paisajes vacacionales y su potencial de evasión, también revelan la ambivalencia de estos momentos. Sin cinismo, pero con una pizca de ironía, muestran la otra cara de la moneda y la artificialidad de la visión idílica que esconde unas realidades sociales menos glamurosas.
Tiempo de la introspección
La sociedad capitalista, caracterizada por la imposición de la productividad, no reconoce ninguna utilidad a las personas mayores, a las que a veces parece considerar como un lastre. Para ellas, el tiempo se dilata y los momentos de socialización se vuelven más escasos. El espacio doméstico, asociado por mucho tiempo a las mujeres, es el marco de actividades menospreciadas por carecer de valor productivo. Sin embargo, es posible pensar en nuevas formas de domesticidad y de hacer de ese espacio un territorio de creatividad y resistencia, siendo testimonio de ello las prácticas artísticas feministas. La esfera íntima, espacio sagrado de la subjetividad, es un lugar propicio para la introspección. Aquí, el paradigma cambia: ya no se trata de matar el tiempo sino, al contrario, de tomarse tiempo, de descansar, de cuidarse o de cultivarse. Este tiempo que nos concedemos nos permite (re)construirnos y crear nuestro propio espacio –interior, secreto y protegido.
Tiempo de los intersticios
Respondiendo a una necesidad fisiológica, el sueño es sinónimo de inactividad y de incumplimiento de tareas productivas. Pero, lejos de ser un «tiempo perdido», es un momento propicio para la evasión del alma, como sucede con esos intervalos entre dos momentos que son los viajes (a pie, en coche o en tren), o el trayecto entre dos lugares, bien físicos o mentales. Abandonarse a estos estados inestables es aventurarse en los territorios del sueño o el subconsciente. Estos tiempos de interrupción suelen resultar fecundos: el aburrimiento puede ser una fuente de cuestionamiento, de evasión física y de creación. Las obras de esta sección abordan momentos de transición o de descanso que anidan en nuestra vida cotidiana, los que se instalan en el espacio intermedio entre lo exterior y lo interior. Se trata de explorar la permeabilidad de las fronteras entre estados considerados como antagonistas (la vigilia y el sueño, la actividad y la inmovilidad, el esfuerzo y la pereza…) para pensar en temporalidades alternativas, que dejan a la mente abrir un campo repleto de posibilidades.
Tiempo interior
Abstrayéndose de las contingencias externas, los recuerdos, las imágenes y los deseos se mezclan en nuestra mente y provocan un momento de ensoñación, donde la tiranía del tiempo deja de tener poder. La evasión psíquica nos ofrece la posibilidad de experimentar lo sublime, con todas las ambigüedades que ello sustenta. La realidad sensible se evapora poco a poco, hasta disolverse en un estado contemplativo, casi alucinatorio. Las obras aquí reunidas proponen, a través del mundo de los cuentos, la representación del cosmos o el despojo radical, una exploración de los misterios de la existencia, de sus vacilaciones y de su impermanencia. Ofrecen una experiencia inmersiva que trastoca nuestra relación con el espacio, invitándonos a una participación activa que exalta los sentidos. Es esta experiencia sensible, con su ambivalencia y su parte escurridiza, la que nos lleva hacia terrenos inexplorados, hacia un lugar fantaseado. Aunque liberador, este momento interior suspendido también nos recuerda que el horizonte seguirá siendo por siempre inalcanzable.
Tiempo de la confrontación
Tras un viaje a lo más hondo de nuestra interioridad, la vuelta a la realidad puede resultar brutal. Desorientados, perdemos nuestras referencias y nos vemos obligados a enfrentarnos a una relación metamorfoseada e incómoda con nuestro entorno. A partir de ahí, no nos queda más que asumir esta sensación de extrañeza para escapar del aturdimiento que nos embarga. Adoptando distintos enfoques, las obras presentadas en esta sección exploran la capacidad del arte para trascender la realidad, no con el fin de zafarse completamente de ella, sino para repensarla. Ofrecen una visión renovada de nuestra sociedad globalizada y estandarizada, sondeando sus espacios, sus objetos y sus representaciones. Así pues, se emplaza a la memoria, al cuerpo y al intelecto a concebir de otra manera nuestra relación con la naturaleza y el espacio urbano, pero también con la intimidad y la construcción de nuestra identidad. Armados con nuevas claves de interpretación, ya podemos deconstruir los sistemas establecidos y proyectarnos hacia otros futuros.
José Belló Aliaga












































