El grano de mostaza

Artículo de Opinión de Jesús Viñas González

Jesús Viñas González.- Ayer y hoy, con la excusa de la peregrinación a la basílica de María Santísima de la Esperanza Macarena, de Sevilla, se agolparon multitudes bisoñas asediando sus católicas puertas: ¿la causa? Los más, por la imperiosa necesidad de viajar y tomar el cálido sol de otoño andaluz sirviendo la Virgen como excusa piadosa; los menos, por firme y sincera devoción.

Prueba de ello lo atestiguan los numerosos testimonios gráficos existentes en redes sociales, que a modo de cañoneo constante nos golpean día sí y noche también. Son hechos que no hacen sino reforzar y dar fundamento a mis palabras: tratan un recinto sagrado como una atracción de feria, manosean la sagrada Imagen hasta rayar en lo obsceno, y por si fuera poco, toman fotografías, testigos indelebles de sus bochornosas acciones. Informes periciales que delatan su obrar negligente. Rayaría en lo cómico si no fuese un tema tan grave como la Fe, pues no hay que obviar que con estas actitudes atentan contra el culto que profesan de manera sincera otras personas. Humillan, con su hacer descuidado, el hecho religioso.

Esto, seriamente, nos lleva a plantearnos el siguiente interrogante: ¿hay devoción sincera y verdadera entre la juventud, o subyacen, simple y llanamente, el deseo de aparentar y pasarlo bien envueltos, ambos, en fines píos? Esta cuestión puede ser respondida, rápidamente, en términos absolutos: esta conducta que describo, por desgracia es la regla. Solo unos pocos acuden a profesar una religiosidad sincera.

Siempre he escuchado a los sacerdotes lamentarse de que sus homilías cada vez congregan a menos feligreses, pero también los he oído satisfechos cuando mencionan: “hay mucha gente joven que acude a oír misa”. Y yo me pregunto: ¿para una falsa devoción, no es mejor no tenerla? ¿Los padres lo sabrán? Y de saberlo, ¿toleran o se resignan?

¿Y por qué hacen estos sujetos lo que hacen? Pues bien, atento lector, esto tiene fácil respuesta:

Personas que disfrutan de una existencia muy anodina, manifestación de una vida vacua, donde los días pasan, uno tras otro, sin que ocurra nada reseñable que ocupe sus existencias.

Ahora bien, ¿cómo llenan este vacío tan hondo? Apuntándose a viajes como si fueran de excursión al Parque de Atracciones o a la Warner. En ningún caso, por religiosidad verdadera, sino simple y llanamente, por ganas de pasarlo bien.

Tuve noticia, tiempo atrás, de la realización de una escapada de “peregrinación” por el norte de la península, con el objetivo de visitar la tumba del apóstol Santiago en la ciudad homónima.

Claro, uno escucha esto y, parece, sin lugar a duda, un buen motivo de viaje, ya que además de ello, Galicia presenta como aliciente una excelente gastronomía y un clima extraordinario para los amantes de unas temperaturas templadas, y más aún si se acude en la estación estival.

Nuestro querido grupo de jóvenes escucha esto, y siguiendo un bárbaro impulso propio de su fiera condición, salivan mientras se frotan las manos ante la escapada que se les presenta a la vista. ¡Viaje a la vista! Exclaman extasiados. Acto seguido, signan la autorización para adherirse a la peregrinación precipitándose sobre ella sin mirar siquiera el precio.

Arrancan los transportes rumbo a sus vacaciones, y tras una serie de horas de “tortuoso camino de pueriles cánticos celestiales”, por fin, llegan a su destino. A golpe de selfie les acompañamos en su viaje.

Se inicia, desde ese momento, la lenta marcha para conquistar el primer banderín del camino del Norte (lentitud que viene dada por las constantes paradas en el camino para tomar fotos de sus compañeros de viaje y de las preciosas vistas. Aunque para hacerse una fotografía, cualquier excusa es buena, pensarán ellos).

Cae la noche sobre el puesto avanzado “de los fieles”. Han alcanzado su objetivo diario tomando la colina: salmos endulzados, vísperas azucaradas, rezos infantiles, tiernas confesiones inundan la apacible noche. Donde antaño se deslizara don Pelayo y su mesnada para plantar “fiera y desigual batalla” al enemigo (como diría el insigne caballero de la Triste Figura), hogaño resuenan cánticos pueriles que perturban la paz y descanso de los moradores de aquellos laberínticos valles y sierras. ¡Bendita paciencia!

El carácter aniñado de los miembros de la comitiva, al calor de la hoguera, se torna en una sucesión continuada de cuchicheos, intercambio de susurros al oído y risitas entre los peregrinos, incluso con subrepticias visitas al filo de la medianoche. Sin duda, se amparan para cometer sus faltas en el silencio de la noche sin luna, que sin quererlo, se convierte en cómplice de las más bajas pasiones humanas.

Tras pasarse las noches de claro en claro, y los días de turbio en turbio, llegan a la plaza más famosa de Compostela, abrigados por el paraguas de una luna creciente y de una noche estrellada, donde los recibe el cálido son de las cuerdas y de las gargantas de los tunos que cantan picardías propias de estudiantes, o anhelan el corazón de alguna galleguiña.

Junto a ellos, observamos regueros de peregrinos que se encaminan al sepulcro del Menor, que, atravesando las angostas calles de piedra, enfilan el último tramo de su viaje.

Entre estos últimos, encontramos a nuestros “romeros”: ¡Al fin llegamos! ¡Todo esfuerzo ha merecido la pena!, dicen mientras que reducen a 0 las existencias de las tiendas de souvenir que pueblan Santiago. Aproximándonos al pensamiento de estos muchachos (no entendiéndolo, porque no me resulta posible) podremos comprobar que no se puede entender el viaje debidamente si no es con una camiseta que porte como lema: “Santiago, fin do camino”. Puesto que si no la posees es sinónimo de no haber hecho el Camino.

Tras visitar al Apóstol, sin pena ni gloria, transcurren un par de días para conocer la urbe, y más concretamente su gastronomía (que ni eso aprovechan, comprando fast food). Al término de estos, vuelven pesarosos a su tierra (aquella, que para deshonra nuestra representaron en el norte) narrando con alegría y alborozo su feliz peregrinar por las tierras septentrionales de España.

Esto nos lleva a hacernos esta pregunta: ¿esto es vocación o no? Si lo es, QUE VENGA DIOS Y LO VEA.

Jesús Viñas González

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